Dentro de Morena no solo hay buenos políticos o intelectuales, existen perfiles con las más bajas y corrientes características de la clase política de la cual todos están cansados, y que, por si no fuera poco, se autodescriben como los políticos “del cambio verdadero».

En esta nueva legislatura apareció un nuevo espectáculo: un nuevo G5 conformado por los diputados plurinominales de Morena y un lambsicón que llegó al Congreso de milagro: Edgar Garmendia, Carlos Alberto Evangelista Aniceto, Daniela Mier e Iván Herrera.

El mago dos caras de este circo, Iván Herrera, fue regidor de Claudia Rivera, pero como programa televisivo fifí. El aire le suspiró al oído que el bloque Riverista no duraría. Con la ayuda de su “amigo” Pablo Salazar, accedió a la candidatura por el distrito 19, Sin embargo, el cargo de diputado le queda grande. En tres años como regidor, doctor en sociología nomás no pudo pulirse pues sus movimientos acartonados de político setentero y su forma oficialista caduca de expresarse dejan qué desear. Entre sus compañeros de bancada se dice que es un político medio: porque medio cumple y medio no. En ninguna de las dos fracciones antagónicas de su bancada le respetan, ya que desde la campaña le dio su lealtad al titiritero mayor y ahora, quiso entregársela al gobernador, pero este no hizo más que ignorarlo.

La trapecista del espectáculo poblano es Daniela Mier, hija del presidente de la Jucopo de la Cámara de Diputados y hermana del junior que gobernará Tecamachalco. La hoy flamante diputada plurinominal no está ahí por hacer pininos políticos (porque lo suyo jamás fue ser una activista o una política profesional). Lo suyo son las relaciones públicas. Basta con ver las primeras fotos de la inauguración de su casa de campaña donde simpatizantes y ella posaron para la foto con una revista en donde sale su rostro en vez de un periódico Regeneración. Se le olvidó que ahora, su vida e imagen es de una política, pero para la diputada hay prioridades más importantes.

El títere de las cachetadas con los hilos cocidos a la espalda es Edgar Garmendia, férreo defensor hipócrita de la 4T y diputado plurinominal (porque nadie votaría por él) irrelevante de la escena política limitado a asistir a sesiones. Como dirigente de partido, no estuvo lejos de la tradición de adjudicarse un espacio para llegar al congreso sin el menor esfuerzo posible como Genoveva Huerta o los juniors discretos como Jaime Natale o Nestor Camarillo: la misma corrupción entre los designios electorales y las dirigencias locales que tanto criticó la 4T. Apoyó la candidatura de Mario Delgado, matizando el discurso e invitando a los demás candidatos a las instalaciones oficiales en la colonia La Paz. Al estar en juego su cargo era mejor quedar en buenos términos con él. Garmendia fue, es y seguirá siendo la carne de cañón de Carlos Alberto Evangelista Aniceto, como cuando lo aventó debajo del autobús proponiéndolo como candidato a coordinador de la bancada “porque no habían votado”. Después de que recobraron sus plurinominales gracias al fallo del TEPJF (operado por Nacho Mier Velazco como un favor por haber puesto en la primera de las pluris a su hija). Salomón Céspedes Peregrina, al saber ya el resultado por haber tejido fino, diplomáticamente aceptó el reto, ganando y exhibiendo al G5 mierista ante el resto de sus compañeros que sabían (o que aún no se habían percatado) del futuro que les esperaba de la chiquillada pluri de Morena y su aliado doble cara Iván Herrera. La ruptura por la nueva votación de presidente de bancada fue de tal dimensión que a Evangelista Aniceto y Garmendia les dieron los lugares más irrelevantes por problemáticos. A ese títere le gusta ese trato de su amo y señor.

El papel principal es para el exótico y tóxico titiritero mayor, el rey de los golpes bajos y sutilmente defenestrado Carlos Alberto Evangelista Aniceto. En el registro de las candidaturas postuló a su esposa Julieta Vences como diputada federal y luego de que el TEPJF le tirara a esta su candidatura, la impuso como plurinominal, también impuso a su hermano, Juan Manuel, como presidente municipal. Hasta estaba operando para vender cada una de las candidaturas. Además de promover a su parentela, se enemistó con todo el mundo: con los candidatos en las inscripciones, porque primero les decía que sí y luego que no, luego con el gobernador y por último con el senador Alejandro Armenta. Uno de sus últimos movimientos, fue mandar a Aristóteles Belmont para reunirse con Edson y emprender la operación cicatriz para recuperar la sede de la paz y salir por la puerta de atrás con todos los tiliches del partido.

Su machista modo de ver las cosas y sus infantiles actitudes no harán más que desinflarlo antes de que termine la legislatura; cree que rodeándose de mujeres  para la foto de la entrega de su segunda constancia como diputado o vestirse con su típica forma penosa e impresentable de vestirse o que contar con el representante de partido ante el IEEP como su redactor de iniciativas lo harán un peso pesado; no se da cuenta que tiene en sus manos a grandes y enemigos por delante: ¿Cuántos más tendrá en la CDMX?. Ahora que no es nadie en la dirigencia estatal pesan sobre el reposiciones de denuncias en la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena ordenadas por el TEEP. Las cosas caen por su propio peso y Evangelista cayó bastante rápido.

El último de este circo no ganó la diputación por el distrito 18: Pablo Salazar. Quedó mal parado, no solo porque creyó que las candidaturas de Perez Popoca y Lorenzini o la reelección de Salvatori lo impulsarían en su campaña; Aunque se dice operador, dejó evidenciado que eso es un mito que solo él cree. Hoy se esconde debajo de las piedras ante la llegada de un nuevo dirigente pues su posición esta en riesgo. De todo este circo fue el único que se quedó como el perro de las dos tortas.

Así las cosas.